Como primer punto quiero dejar claro que no desprecio el esfuerzo que cada día se hace por lograr la equidad entre sexos, entiendo que durante mucho tiempo la mujer no ha sido tratada de una manera justa, pero también estoy claro que lograr una sociedad a la que no le dé mayor importancia a un individuo sobre otro en cuestión de su sexo, es un trabajo de todos los días y como tal las políticas se han quedado atrás y están generando un efecto poco favorecedor.
Las mujeres ganan cada vez más espacios en la vida pública pero a la vez también están más expuestas a su propio juicio; muchas de ellas han internalizado la lucha por la inclusión como una lucha contra el hombre, el estado ha reafirmado este supuesto al mantener la discriminación positiva aún en ambientes que ya no es justificada y al final terminamos viviendo en una sociedad que falocéntrica ya no por afirmación sino por negación.
Entonces si hace un siglo, el pertenecer al sexo masculino era una ventaja por la manera en que estaba construida la sociedad, hoy puede ser contraproducente precisamente por los mismos valores caducos que generalizan uno u otro sexo. Tristemente, la perspectiva “de género”, como se les ha dado a algunos por categorizar todo lo que tenga que ver con las mujeres es un tema específico que recibe cobertura en los medios masivos que terminan siendo reflejo y guía en la formación de identidades, entonces resaltar el abuso o el éxito de una mujer genera audiencia, lo que contribuye a la victimización, martirización y beatificación de las féminas en la mente colectiva.
En la narrativa actual el hombre es el villano, es el que abusa, el que engaña, el que da o quita según su antojo; y no es que no haya congéneres con esas características o que encajen en esos patrones, pero la generalización es moneda común y tiende a engañar a las mentes más débiles.
De tal forma, hay mujeres que no ven en el hombre otra cosa que un enemigo y hombres que creen que todas las mujeres deben ser sus víctimas.
Frente a este panorama llama la atención algo que reivindique al sexo masculino, que acepte que también hay hombre sensible y que no todos manoteamos a la primera oportunidad por la más mínima razón, y llama aún más la atención que venga de parte de una mujer.
Quienes no ubican a Sole Giménez, tal vez recuerden Como hemos cambiado, Nunca es para siempre, o Gente que fueron canciones que tuvieron su espacio en los noventas y los primeros años del milenio a cargo de Presuntos Implicados, agrupación en la que Giménez llevaba la voz cantante (nunca mejor dicho).
Con una carrera en solitario desde 2008, la intérprete está lanzando su octavo material denominado Los hombre sensibles en el que realiza colaboraciones con cantauores de la escena musical española como Pedro Guerra, Teo Cardalda, Dani Martín, Víctor Manuel, Mikel Erentxun, Carlos Goñi y Antonio Carmona, además del colombiano Chabuco y el mexicano Edgar Oceransky.
Con composiciones de la propia Sole y de sus compañeros de aventura, este disco está integrado en su mayoría por duetos con una paleta variada de géneros, de la rumba al jazz, pasando por el blues, el rock acústico, el bolero y la trova; lo increíble es que logra una fluidez sencilla que a pesar de las distintas voces y ritmos involucrados logran una conjunción orgánica de principio a fin.
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