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Reseña: Candyman se define más como un remake de horror social

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Parece que los remakes no van a pasar de moda porque son un recurso fácil para la industria del cine, contar de una manera más modernizada lo que ya vimos en pantalla a las nuevas generaciones.

Y se ha dado más particularmente en el género de horror de donde hay mucho material para hacer este tipo de trabajos, los que pretenden ser novedosos sin buenos resultados y los que sí lo son e incluso pueden superar a sus originales.

Candyman de 1992 mezclaba a un asesino serial con una leyenda urbana, en este 2021 vuelve para revivir este mito de una manera muy diferente.

¿De qué va la película?

El artista visual Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen II) vive en Chicago con su novia, la directora de una galería de arte Brianna Cartwright, el hermano de esta le cuenta a Troy la leyenda urbana de Helen Lyle, una estudiante de posgrado que cometió una matanza a principios de los años noventa, y la matanza comenzará de nuevo 30 años después.

Recordemos que la idea general de este personaje es de la creación del escritor / director Clive Barker que durante la década de los 90 hizo grandes cosas y aportó muchas buenas cosas al género del horror, con trabajos como: Hellraiser (1987), Nightbreed (1990) y Dread (2009) logró colocarse rápidamente en el gusto de propios y extraños.

El turno de reinventar visualmente esta historia queda a cargo de la directora Nia DaCosta (Little Woods- 2018) que nos la presenta como una secuela más espiritual que la original y como ha sucedido con la reciente secuela de Halloween ignora las dos secuelas que tuvo para ubicarla directamente después de los acontecimientos de la primer película.

Lo que vemos aquí no es solo el cambio que ha tenido la historia que es un remake / secuela en donde nos presenta como ha cambiado el entorno y la sociedad, de como ve ahora la gente ese tipo de leyendas urbanas, de como ha cambiado esto último con la tecnología que se equilibra entre lo que puede ser real y lo que es un mero invento para atraer a la gente más hacia el lado del entretenimiento morboso.

Es ahora cuando Troy Cartwright (Nathan Stewart-Jarrett) quien funge como un narrador contando la terrible historia de la primera película advirtiendo que el lugar donde viven tiene una presencia sobrenatural que no es del todo buena, esto lleva a Anthony a investigar lo que realmente sucedió en su vecindario con la esperanza de tener una nueva inspiración para sus pinturas, William Burke (Colman Domingo) es un residente del barrio de Cabrini Green que le cuenta más a detalle a Anthony sobre la leyenda de Candyman basada en su encuentro infantil con un extraño hombre local con un gancho en la mano lo que propone que este ser aún sigue vivo, personaje que solo aparece para dar este dato y que después se diluye completamente.

Entendamos que el Candyman original llamado Daniel Robitaille (Tony Todd) fue hijo de un esclavo que creció hasta convertirse en un artista conocido por pintar retratos de blancos ricos a fines del siglo XIX y que fue brutalmente asesinado por embarazar a una mujer blanca, después de golpearlo hasta casi matarlo le cortan la mano derecha y la reemplazan con un gancho oxidado para después  cubrirlo con miel para que sea atacado por cientos de abejas, finalmente y después de su agonía es quemado vivo.

Aquí es donde viene uno de los grandes giros en la trama a diferencia de la original aquí ese tema de la crueldad se magnifica para exponerlo como un tema social, la crueldad que había en esa época al no respetar las clases sociales, para decir de una manera sutil que los hombres y mujeres blancos en esos años eran crueles y despiadados con los esclavos, el hecho es que la película original hizo exactamente lo contrario, y siendo más objetivos que políticamente correctos este primer Candyman mata a muchos personajes que se relacionan con la comunidad negra y el por qué el objeto de su afecto es siempre una mujer blanca.

En esta versión hay una pseudo historia de un Candyman más urbano que es acusado de repartir caramelos a los niños con hojas de afeitar y que porta un abrigo de piel de oveja y tiene un gancho en la mano, una figura que pretende ser espeluznante con una mirada distante y sonrisa torcida que asemeja al Candyman original de Tony Todd. Un niño blanco recibe uno de estos dulces y es herido de gravedad, por lo que la policía local comienza a investigar este suceso y al llegar al fondo de todo, este hombre es golpeado y asesinado por la policía, un origen muy diferente de lo que sabemos sobre Robitaille en la primera película.

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Nia DaCosta como directora y teniendo a Jordan Peele y Win Rosenfeld como guionistas crean un nuevo modus operandi para esta franquicia dándole un giro completamente diferente, Candyman como leyenda urbana es menos un terror para la comunidad negra y casi visto como una especie de anti héroe contra la supremacía blanca, porque aborda de una manera algo retorcida el discurso sobre los crímenes de odio racial que han sucedido en los Estados Unidos en los últimos años, aquí este personaje es convertido en una maldición generacional que existe entre los hombres negros abusados por un sistema sumamente opresor y que no ha evolucionado al paso de los años.

Lo que es frustrante en este trabajo que tiene grandes elementos, como el buen uso de los espacios, el manejo del gore, la denuncia de clases con discursos interesantes sobre este arte urbano que hace la gente de color que creó este estilo y que los blancos llegan a juzgar como algo prohibido, por lo que el mismo guión se obliga a dar comentarios sociales de manera descarada para concientizar a la población sobre este tipo de actos y de abusos, es un sermón innecesario pero que parece ser indispensable en estos días, es aún más frustrante que una historia no pueda llevarse a cabo tal cuál es sin tener estos elementos como ya una regla impuesta al género y una nueva forma de crear narrativas sobre la injusticia social.

La película pierde mucho impacto en su horror a diferencia de la original donde su principal atractivo es que era sumamente específica para la comunidad negra con base en las circunstancias de su muerte, denunciaba lo que sucedía en esa década de los 90 principalmente que la vivienda era un problema para los pobres y los negros y de cómo ellos delimitaban su territorio de intrusos como Helen Lyle (Virginia Madsen) que con su investigación trastornaba la vida de los habitantes y como reaccionaban ellos a eso, algo que en ese tiempo asustaba y que en esta nueva versión no sucede.

Es evidente que Nia DaCosta como directora intenta corregir algunos de los problemas que tuvo la primera película, lo que dio como resultado unos problemas más actuales. Su guión falla porque aunque está escrito con la mejor intención de entretener y horrorizar a la audiencia, se traiciona así mismo porque estos elementos no se ejecutan lo suficientemente bien como para convertirse en un elemento básico tan memorable como lo hizo en la primera película.

No es un pecado comparar un trabajo con otro porque es este mismo el que plantea que así debe de ser porque es un remake / secuela de una que se posicionó como una gran novedad en el género de horror y que enriqueció mucho con sus ideas y planteamiento. La forma en en la que aquí es ejecuta su dirección nos plantea algo completamente diferente aunque llega a confundirnos mucho como espectadores porque no entendemos del todo el cómo es que se van desarrollando los hechos.

Tropieza mucho al querer aclarar cosas que terminan siendo contradicciones entre una cosa y otra entre su primer versión y lo que estamos viendo, se prefiere más una filmación lenta que funciona bien para este personaje sin embargo quita elementos de terror que son obligadamente necesarios porque estamos ante la historia de un ente sobrenatural asesino que de una denuncia social, las escenas de muerte son sugeridas y ocurren fuera de foco lo que es muy cómodo para que esa parte del trabajo que tiene como directora lo haga la mente del espectador, un juego sumamente cliché en este tipo de trabajos lo que la hace ser muy unilateral porque su horror no es efectivo.

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La diferencia más marcada que vemos durante los 91 minutos que dura es que, la película de 1992 es contada a través de los ojos y de las experiencias de personas empobrecidas que no tienen más remedio que sentarse y vivir con el terror de esta leyenda urbana, en esta nueva versión se enfoca más en un estilo de vida exitoso que tienen las personas de color y que pertenecen a una clase media alta, el elemento moderno entra en el punto de que se cuestionan así mismos que Candyman y su leyenda no es otra cosa que una historia inventada por los pobres, porque teniendo dinero no se tiene que prestar mucha atención a este tipo de sucesos simplemente porque no les importa, algo que se siente sumamente forzado y completamente innecesario en la trama.

El lema de esta película que cita – atrévete a decir su nombre – es más un grito de batalla para que de una manera muy intencionada y pretenciosa haga eco para un movimiento más actual en donde se exige que la ley se aplique de manera igualitaria entre blancos y negros, la leyenda queda como un mero pretexto para que esto se lleve a cabo y que mejor que usar el recurso del horror para que sea su mejor conducto para llegar a más personas para reconocer que el mundo real puede ser incluso más aterrador y espantoso que el mundo sobrenatural que están planteando, entonces, cada vez que un personaje pronuncia  su nombre, se evoca inmediatamente a un horror que es más real que ficticio, pareciera que Jordan Peele se ha convertido en un vocero perfecto para llevar este tipo de mensajes sobre la gentrificación que quedan muy bien con el estilo visual de DaCosta agrega un horror más asqueroso y visceral no por el hecho de que haya un ente asesinando sino por como retratan la realidad actual.

El elenco fue sumamente cuidado al seleccionar a Yahya Abdul-Mateen II, Teyonah Parris, Nathan Stewart-Jarrett, Colman Domingo y por supuesto no podía faltar Tony Todd que es el puente que vincula a la primer versión con esta, tratan inútilmente de desarrollar a sus personajes porque es evidente que al ver el final de esta cinta pensamos que es la que abre una nueva franquicia con más secuelas, y entonces caen en esa zona de confort de decir, para qué detallar más en ello si lo podemos hacer en futuras entregas.

No podemos quejarnos de sus efectos visuales que tienen un nivel más alto de gore así como de la fotografía que crea una muy siniestra ambientación, el exagerado pero necesario juego con los espejos juega con espejos y su buen manejo de los espacios hacen que sea una experiencia mucho más inmersiva y que nos ponga como espectadores en donde debemos estar.

La música compuesta por Robert A. A. Lowe (Arrival) es minimalista pero impactante, no recurre a notas altas y agudas que soportan malas escenas por el contrario, es como ese personaje sombra que sabemos que está ahí asechando, algo que la hace muy destacable.

En conclusión, Candyman en esta nueva versión queda como un remake más y como una gran falla cinematográfica para el género del horror creada por un grupo de personas talentosas que pretenden usar esta historia de pretexto para abordar otros temas, es complaciente y entretenida si se mira bajo el contexto de que fue creada para nuevas generaciones.

La película ya está disponible en algunas salas cinematográficas de nuestro país.

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